Por: Areli Pérez, Business Process Senior Consultant, SAP
Los esfuerzos de las empresas por optimizar sus cadenas de suministro no son una novedad. Sin embargo, hasta antes de la pandemia no había quedado de manifiesto lo importante que es mantener una estructura ágil y, fundamentalmente adaptativa. En los últimos meses, la disrupción ha sido total y la transformación, imprescindible.
Para dicha disrupción los cambios abarcaron tres grandes aspectos. El primero, la manufactura. Las organizaciones se vieron obligadas a redefinir su mix de productos. De un día para el otro, la demanda de artículos básicos esenciales mostró un crecimiento exponencial, al tiempo que los de más alta categoría se desplomaron. Hubo que redefinir las cadenas de producción, la programación y hasta la disponibilidad de personal de planta, debido a las múltiples restricciones que se implementaron a la movilidad en numerosos países. La segunda gran transformación ocurrió en el transporte: limitaciones, redefinición de rutas, nuevos protocolos de carga y descarga, reformulación de los tiempos de entrega para satisfacer las necesidades de los clientes de comercio electrónico… Y el tercer aspecto es el de planificación y ejecución: si ya en condiciones normales se trata de un verdadero desafío, la incertidumbre de estos últimos tiempos y las variaciones bruscas de la demanda agregaron aún una mayor complejidad. Por otra parte, hay que sumar cambios que se produjeron en el consumidor. La efervescencia del e-commerce estimuló un cliente más exigente, que no sólo quiere el producto en las condiciones que lo eligió, sino también en el momento en que lo necesita.
Las empresas que ya habían automatizado sus procesos, apelado a tecnologías inteligentes y optimizado sus formas de trabajar fueron las que mejor lograron maniobrar en estos tiempos turbulentos. No hubo industria que no recibiera el impacto: desde el retail hasta la de alimentos y bebidas pasando por la automotriz.
Muchas de las tendencias que han emergido en estos meses parecen haber llegado para quedarse. Por eso, si bien la primera reacción -lógica, por cierto- fue de supervivencia, este escenario se presenta también como una enorme oportunidad para que las empresas replanteen sus cadenas de suministro, evalúen nuevos modelos para ser más inteligentes y adaptables y estimulen su intuición para detectar cuál será el siguiente paso que darán sus consumidores.
Conceptos como big data jugarán un rol cada vez más importante, ya que permiten dar un tratamiento al enorme caudal de datos del que la empresa ya dispone para anticiparse a las necesidades de los clientes -en base al análisis de comportamientos del pasado o de su frecuencia de compra- o para optimizar la toma de decisiones o redefinir una línea estratégica.
Y esto es solo el principio: a medida que los consumidores ganan en exigencia, la necesidad de las empresas de personalizar los productos se vuelve imperiosa. Ya están probándose bots que toman el pedido del cliente tal como éste lo solicita y efectúa la planificación de la producción hacia atrás: a partir del momento en que el cliente lo espera evalúa cuándo debe salir con el transporte y, en base a eso, qué materiales requiere y cuándo debe entrar en línea de producción. Parece ciencia ficción aún, pero la pandemia también nos enseñó que el futuro puede acelerarse. La automatización trae aparejado un beneficio adicional: la capacidad de aprovechar el talento humano que se destinaba a esas tareas tediosas y repetitivas para que aporte mayor valor al negocio.
Vivimos en una era en la que el cambio es la nueva norma: es hora de poner manos a la obra para que las disrupciones por venir encuentren a nuestras cadenas de suministro preparadas, ágiles y adaptables.
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